lunes, 2 de mayo de 2016

DIARIO COMPARTIDO




Diario de Salomón R. Leo

Día 22 de enero.

Hemos llegado a la ubicación de la ignorada ciudad de Sul-ut-amas, después de un largo viaje a través del desierto. A pesar de las dificultades, nuestro experimentado guía nos ha conducido con éxito hasta la desconocida urbe.

El plano que nos ha llevado de forma tan precisa fue el que encontramos en la destruida biblioteca de Alejandría, en una escondida sala subterránea que permanecía sellada. Tenía dibujos de animales fantásticos y seres mitológicos en la mayor parte de sus pergaminos y por lógica, debieron de ser considerados de menor interés en su época. Estos y el resto, fueron llevados al museo del Cairo para su datación y conservación.

No es de extrañar que nadie la hubiera encontrado, la entrada es un pozo vertical que desciende al menos sesenta metros, según la estimación del antiguo plano, hasta el primer acceso. Está cegado por la arena depositada durante muchos siglos y nos empleará seis jornadas, trabajando de noche, limpiar la escalera.

Día 28 de enero.

La puerta se resiste a nuestros intentos de abrirla. Un portal circular, de cuatro metros de alto por tres de ancho. Parece granito, pero nuestro experto geólogo se siente incapacitado de clasificarla.

Hemos encontrado una interesante inscripción, grabada en el propio suelo del pozo, que está en varios idiomas: egipcio arcaico, griego micénico y otra lengua que nos ha causado perplejidad, aquella que debía hablarse en la ciudad hace miles de años. Es un vocabulario complejo, mezcla pictogramas y escritura cuneiforme, pero sin ser ninguna de las dos.

Una nueva lengua que, extrapolando las conocidas, nos da una traducción aproximada del nombre real del lugar: puerta solar de almas o portal dorado de fuego. No sabemos bien cuál podría ser la más idónea, el sulutamita es un idioma difícil. Incluso para mí, que soy un experimentado lingüista, resulta complejo y extraño.

Día 29 de enero.

Una tormenta de arena, muy fuerte, nos ha obligado a buscar protección en la robusta estructura del pozo. Ello me ha permitido leer tranquilo la carta que mi hermano me envió, por medio de un amigo cartero, pocas horas antes de empezar mi viaje. Como siempre, se queja del loro que le regalé por su último cumpleaños, me dice que tiene ganas de estrangularlo.

Sé que le hace compañía y nunca le hará daño. Es una buena persona.

Día 30 de enero.

La puerta tiene el más singular mecanismo que hayamos visto nunca. Hemos podido separar un poco una de las dos hojas que la forman y para nuestra sorpresa, un agradable olor perfumado y una brisa fresca han inundado el agobiante pozo de entrada.

Hay luz dentro.

Todos estamos un poco desconcertados.

Día 31 de enero.

Al fin hemos podido abrirla del todo. Aunque no estamos seguros de si fuimos nosotros quienes lo logramos. De repente, las hojas de piedra se alejaron una de la otra, permitiéndonos el acceso a esa antiquísima ciudad.

Estamos sobre un puente que se alza sobre un abismo insondable. Hay unas linternas que queman un raro combustible que proporciona una luz blanca, limpia y sin humos. Se encienden y apagan, según avanzamos a su interior. La reconfortante brisa sigue acompañándonos.

El puente es inmenso, llevamos más de diez horas caminando sobre el y aún no se atisba su final.

Deberemos pasar la noche en este increíble lugar. Dudo exista tal ciudad.

Día 1 de febrero.

Al despertar, una muchacha me estaba observando en mi lecho. De pelo corto, amarillo metálico, su piel es de una suave tonalidad grisácea. Ojos grandes, con iris grises claros y unas largas orejas, redondeadas. Viste una armadura azul intenso.

Ella dice que se ocupará de nosotros.


Día 84657’8049 de Ul-it-sitma.

Me he hecho cargo del diario de uno de los extranjeros. No son hostiles y tan solo quieren adquirir conocimientos. Les hemos permitido la entrada en nuestro mundo a través del Puerto Resplandeciente de las Estrellas. 

Mi padre en persona los atenderá con diligencia e intentará civilizarlos. Su planeta es un lugar salvaje, hosco y violento.

Salomón me gusta, es un espíritu inquieto y agradable, con ansias por eliminar su ignorancia. Tal vez, si somos compatibles en ambos sistemas génicos, considere tomarlo como pareja. No creo que haya problema en ello, forman parte de nosotros, de tiempos pasados.

Pero deberán aceptar que nunca podrán volver a su hogar.

Soy la primogénita Ter-Min-At-lan-tae. Heredera por derecho del imperio At-lan-tida del millón de mundos. Que lo que he escrito permanezca, como mi vida inmortal. Así sea por siempre.

sábado, 2 de abril de 2016

UN «BUEN» DÍA



—Escucha, tres catorce, orden del día.

—Sí, amo.

—Primero, desayuno fuerte. Tres huevos fritos, dos salchichas medianas y una buena jarra de cerveza liofilizada con un poco de sábila, para rebajar la digestión.

—SÍ, amo.

—Segundo, apertura del laboratorio y zona de observación, quiero los cristales de la bóveda impecables. 

—Sí, amo.

—Tercero, destrucción del planeta Tierra.

—Sí, amo.

Tres catorce se quedó pensativo.

—¿Todo el planeta, amo? —preguntó con la duda en su rostro.

—Todo, por completo —confirmó—. Quiero verlo reventar, desmenuzarse en millones de trozos, escuchar los alaridos de su…. esto no, el espacio es un mal transmisor del sonido. Pero quiero que sea un espectáculo visual a lo grande. Un fin grandioso, algo digno de mí. 

El amo se levantó de su cómodo sillón, poniendo una pose bastante ridícula mientras hablaba.

—Sí, amo.

Tres catorce tomó buena nota del tercer punto del día. Le puso un circulito rojo, para que no se le olvidara.

—Preparadlo todo. Hoy debe ser un día magnífico.

—Sí, amo.

Como otras jornadas, allí en la Luna, en su guarida de supervillano, el amo daba instrucciones para su ejército de clones, hechos a su imagen y semejanza. Una horda de millones de esclavos que no hacían sino obedecer sus caprichos.

Tres catorce sabía que se le estaba olvidando algo. Era algo importante, algo que había hecho pero no recordaba. Tal vez, siete veinticinco lo supiera, tenía que ver con el día de hoy, pues tenía una marca verde en su agenda y eso era algo significativo.

Ahora, lo importante era que el amo quería desayunar, ocho diecisiete se ocuparía de prepararle cuanto había pedido.

Con el apetito calmado, el supervillano se dispuso para vestir con la dignidad suficiente que requería ese día. Se puso su traje más elegante, de etiqueta, hecho a medida por el modisto más de moda que había podido encontrar.

Se colocó ante el espejo, metiendo la tripa que se obstinaba en salir y deformar su «estilizada» figura, poniéndose el caro sombrero de copa, hecho de piel de castor, para tapar su extendida calvicie y evitó sonreír. El último dentista no había realizado bien su trabajo, ahora lo tenía reciclando en la zona de residuos radiactivos. Se puso unos guantes blancos y cogió su bastón favorito.

Con su porte elegante, se dirigió directo al laboratorio, donde nueve doce acababa de ultimar, junto a otros muchos, el trabajo del día.

—Hola, amo. Todo está dispuesto. 

Se cuadró, inclinando su cabeza cuanto pudo. Casi no pudo contener la risa por los pasos del amo, cual pato mareado, dio al entrar debido a los zapatos demasiado estrechos que calzaba.

Si deseaba destruir la Tierra, de seguro querría utilizar su arma más destructiva: el cañón de hadrones. Un ingenio de su invención que llevaba perfeccionando desde hacía muchos años.

—¿Está preparado el cañón de hadrones?

—Preparado y dispuesto, amo.

Se quitó el sombrero de copa y los guantes, así como el bastón, entregándoselos a cuatro diecinueve para que los guardase. Era hora de trabajar.

Se colocó en su asiento, evitando dar un suspiro que sus subordinados pudiesen apreciar. Deshaciéndose del calzado y poniéndose unas alpargatas mucho más cómodas.

«Malditos zapatos, deben estar hechos por algún desconocido enemigo» pensó aliviado desprendiéndose de ellos. Todo supervillano debía ir siempre impecable, aunque fuera doloroso.

—Perfecto, que el cañón de hadrones apunte a la Tierra —dijo de forma pomposa.

Un monstruoso artefacto empezó a emerger en la superficie de la Luna, con decenas de relampagueantes estructuras cristalinas que lo cubrían.

—Que empiece la cuenta atrás —el amo preparó con solemnidad su dedo índice para ejecutar el movimiento final.

Se fijó que al lado de botón de disparo había un pequeño sobre.

—Quince.

La cuenta regresiva había comenzado.

—¿Qué es esto? —señaló aquel sobre a nueve doce.

—Lo dejó tres catorce para su conocimiento, amo —contestó con toda celeridad.

—No puede ser nada importante —dijo el amo.

—Ocho.

Miró el sobre. «No tiene importancia» pensó.

—Tres.

Elevó el índice para caer sin piedad sobre el bonito botón rojo de recargado diseño.

—Cero.

Apretó el pulsador.

Nada.

Siguió apretando con insistencia, cual furia desatada.

Nada de nada.

—¿Pero qué diablos pasa? —preguntó indignado.

Todos se miraban nerviosos, nadie entendía que había ocurrido.

Cogió el sobre y lo abrió.

«Querido amo, le informó que, bajo ninguna circunstancia, toque el botón rojo del cañón de hadrones. El sistema está sobrecargado y la Luna, con todos nosotros, explotaría en diez segundos. Qué tenga un buen día».

—¡Tres catorce!  —gritó, en sus últimos momentos, el amo.

lunes, 14 de marzo de 2016

LS (PRÓLOGO)



“Mi reino no es de este mundo.  En el no hay corte, ni impuestos, ni vasallos, ni existen leyes. Tan solo una justicia impera, la mía”.
(Lucifer, de su libro: El reino gemelo)

Prólogo.

—¿Cuál es mi nombre? Muchos se lo preguntan sin saber muy bien como dirigirse a mí. Es una duda de fácil solución, así que escucha: Lucifer es mi nombre verdadero, un bello nombre unido a una más bella figura. En cuanto a lo de Satan, es el nombre que me han atribuido los contrarios a mi causa, un nombre denigrante, absurdo y sin sentido. Jamás he sido adversaria de mi madre, ni me he opuesto a ella como intuye ese maldito apodo. Sirvo a su causa, aunque los demás no lo comprendan.

La mujer, alta y de una larga melena, negra como la más oscura de las noches y brillante, con un tono azulado, que la convertía en la más hermosa que hembra alguna pudiera poseer, se sentó con resolución en la vieja silla que estaba a su disposición. La única de aquella sala donde había sido convocada y accedido a escuchar las peticiones de esos humanos temerosos del éxito de su prueba.

Ya sabía todo sobre ellos, hasta la más pequeña de sus faltas, pero no estaba allí para juzgar en esa ocasión. Tan solo para escuchar y a ello se disponía.

—Lucifer, ángel de tinieblas, señor… señora de la oscuridad —rectificó aquel hombre al mirarla con sus ojos enturbiados por la sorpresa y el deseo—. Queremos pediros nos ayudéis en nuestra causa, nos deis poder y dominio sobre la tierra. Te ofrecemos nuestras almas inmortales y nuestra devoción incondicional.

“Necios, vuestras almas ya son mías desde hace tiempo, mi madre me otorgó esa virtud, nada me dais, salvo lo que me pertenece” Lucifer los contemplaba en silencio, sabía que su mirada turbaba el corazón más decidido. Ojos negros que carecían de movimiento alguno, inmensos como pozos sin fin, vacíos del sentido de la vida, bellos como un sol eclipsado y ciego. Tentación y turbación unidos en un mismo lugar.

—Poder y gloria, me imagino son vuestras peticiones. Que nadie se interponga en vuestros planes y una larga vida para disfrutar de esas ventajas. —La mujer cruzó sus largas piernas con una exquisita elegancia.

—Así es, ¡oh, poderoso ángel de oscuridad! —imploró aquel hombre arrodillándose, los demás, una variopinta colección de gentes acomodadas, le imitaron con una falsa modestia. Sentía el temor en todos sus corazones. El miedo a que ella se hubiera presentado en sus estúpidos juegos infantiles.

“Que absurda manía la de relacionarme con la oscuridad o las tinieblas, nada tengo que ver con ellas. Yo soy luz, represento a la luz, sirvo al cielo desde el principio de los principios. Vosotros sois la oscuridad, almas tenebrosas emponzoñadas de los pecados más horribles, no me necesitáis para vuestros actos crueles y desmedidos”.

—Está bien, vuestros deseos se cumplirán —dijo con su voz más melosa, sintiendo como todos deseaban abalanzarse sobre ella para cometer los actos lujuriosos que encerraban sus negras pasiones. Se levantó, era mucho más alta que ninguno de cuantos allí se encontraban, intimidándoles de nuevo y reteniendo sus instintos.

—Te hemos traído un sacrificio. En tu honor —dijo aquel falso sacerdote, de una más falsa religión.

Lucifer lo miró con desprecio, aunque aquel hombre no supiera distinguir su mirada ni comprender que estaba allí a la fuerza.

Trajeron un bebe, una niña que sería asesinada en su nombre. Un puñal le acompañaba en el cómodo cojín donde los portaban hasta sus pies.

Se sentía asqueada, pero no podía hacer nada. Nada en absoluto, salvo observar.

El hombre cogió el puñal, la niña lloraba con fuerza, con sus sonidos lastimeros llenando la amplia sala donde se encontraban. Un instante después aquel sonido cesó, los ojos del hombre, del asesino de la niña, lo miraron con una resuelta dicha cuando elevó el cuchillo ensangrentado hacía ella.

“Maldito cerdo, ya ajustaremos la cuentas en su momento” pensó Lucifer, de no estar atada por los viejos pactos, le habría arrancado la cabeza y aplastado su cuerpo contra el suelo, hasta no dejar sino pulpa sanguinolenta. Los demás no hubieran merecido mejor trato.

“Malditos seáis todos” se tragó sus palabras, mientras se desvanecía de nuevo y volvía a casa, a su hogar, a Escara.